Diario La Nacion

Sobre el final del impresionante show que Elvis Costello dio anteayer en el Festival Bue, cuando todo el público ya había quedado seducido por su intensidad y la variedad musical de la banda, el músico inglés debe haber sentido que, ahora sí, Buenos Aires se había convertido en un puerto al cual volver. Y frente a todos, prometió hacerlo.
Ya lo había dicho unas horas antes, en una entrevista para LA NACION, cuando comentó que aunque ya había visitado el país anteriormente, nunca había venido a presentar su obra ("no me habían invitado nunca", dirá por toda aclaración) y que el hecho de poder hacerlo y el buen recibimiento que había sentido, lo habían ligado irremediablemente a la ciudad.
Parte de ese recibimiento del que habla tuvo que ver con la "generosa invitación", según dijo, de Fito Páez. Invitación no a tocar, sino a comer, en la casa del rosarino, el viernes por la noche.
"Fue muy amable, porque es algo que se aprecia mucho estando de gira. Es que uno pasa mucho tiempo lejos de su hogar y que alguien te invite a su casa y puedas charlar con amigos resulta tanto mejor que ir a un restaurante, que fue muy generoso de su parte tenerlo en cuenta. Ya nos conocíamos, porque venimos tratando desde hace tiempo de hacer algo juntos; además Pete [Thomas, baterista de The Imposters] tocó en alguno de los discos de Fito. Ahora que nos hemos conocido mejor; estoy seguro de que haremos algo. No hablamos específicamente de ello, sólo de que sí debemos hacerlo, y nos dedicamos a disfrutar la noche, a escuchar música y a hablar".
Será quizás otra ocasión para que Costello muestre su capacidad de transformación, su curiosidad musical y su reticencia a ser encasillado en los corsés de las categorías musicales. Una actitud cambiante que llevó a este hombre que aprendió los nombres de los músicos de jazz casi antes de saber hablar (“la primera canción que recuerdo que me gustó fue «Under My Skin», confiesa este hombre ahora casado con la pianista y cantante de jazz Diana Krall) desde las canciones urgentes de sus primeros discos hasta trabajar con Bacharach o con la soprano Von Otter, y que habrá inquietado más de una vez a los directivos de los sellos que editan sus trabajos. “Mi relación con el negocio musical siempre fue inusual, nunca hice lo que ellos esperaban de mí”, dice tajante. Tampoco acepta, ya se sabe, el rótulo de “inicio punk” que se le adjudicó cuando salió su primer disco, en 1977. “No tenía ni idea de la escena musical de entonces –aclara– porque vivía en los suburbios y trabajaba en una oficina. Escribía canciones y por casualidad llegué a una compañía discográfica que buscaba gente diferente. Así grabé mi primer disco.”
Tuvo suerte. No lo dice, pero lo insinúa cuando comenta que raramente descubre hoy cosas nuevas que le interesen (y que lo aparten, como dirá en otro momento, de escuchar viejo rock and roll, jazz o a Monteverdi). “El negocio de la música está muy controlado y eso condiciona la posibilidad de expresarse de los artistas; los atemorizan, les quitan la confianza para seguir su propio camino, les dicen que si no hacen cosas que agraden no tendrán trabajo.”
Tan amplio es el espectro de sus intereses que, casi en simultáneo con su último CD, “The Delivery Man”, salió también “Il Sogno”, con la música que escribió para ballet. Entre las canciones, y la música instrumental, Costello fue y vino. “Son maneras de trabajar distintas, porque en «Il Sogno» estás ayudando a realizar la visión del coreógrafo. Es una obra basada en Shakespeare, así que había dos autoridades delante de mi propio deseo. Lo disfruté mucho.”
Le señalamos que otro disco, “The Juliet Letters”, que grabó con el Brodsky Quartet, también tiene relación con Shakespeare. “Sí, pero en esta última es leve la conexión, porque no está basado en una obra, sino en la idea romántica de escribir cartas a Julieta, esa tradición de la gente de mandar cartas a Verona. Es coincidencia.”
Costello se queda pensando un segundo. Quizás en su propia palabra, “coincidencia”, repetida con acento interrogativo por esta cronista. “En realidad, hay un tercer proyecto relacionado con Shakespeare –dice, sonriendo, agudo–. John Harle, el saxofonista que tocó en «Il Sogno», hizo la música de «Noche de reyes» y yo canté allí, así que son tres Shakespeare en mi vida.”
Y no se agota allí su contacto con la literatura. Ahora, cuenta, está trabajando en una ópera sobre la vida de Hans Christian Andersen, el escritor danés de cuentos de hadas. “La historia es sobre Andersen, la soprano sueca Jenny Lind, que fue una de las cantantes más famosas de mediados del siglo XIX, y P. T. Barnum, famoso showman y empresario americano, el hombre que creó el entretenimiento moderno y que llevó a Lind a los Estados Unidos, en 1850, cuando ya era muy famosa. Anderson estaba enamorado de Jenny Lind, aunque nunca tuvo éxito. El veía en ella el ideal artístico y romántico, mientras que para Barnum representaba una manera de ganar más dinero –dice, y ríe, y muestra esa separación entre sus dientes delanteros que le dan a su manera de cantar algo tan peculiar –. Estará lista para marzo de 2007.”